CANTARES La amo tanto, a mi pesar, que aunque yo vuelva a nacer, la he de volver a querer aunque me vuelva a matar.
Está tu imagen, que admiro, tan pegada a mi deseo, que, si al espejo me miro, en vez de verme, te veo.
Cuando pasas por mi lado sin tenderme una mirada, ¿no te acuerdas de mí nada, o te acuerdas demasiado?
Por más contento que esté, una pena en mi se esconde, que la siento no sé dónde y nace de no sé que
Si ayer tropece bastante, hoy tropiezo mucho mas; antes, mirando haci adelante; despues, mirando hacia atras
Tengo un consuelo fatal en medio de mi dolor, y es que, hallandome tan mal, nunca podre estar peor
Ten paciencia, corazon, que es mejor, a lo que veo, deseo sin posesion que posaesion sin deseo
Ni te tengo que pagar, ni me quedas a deber; si yo te enseñe a querer tu me enseñaste a olvidar
Poema XX. Puedo escribir los versos más alegres esta noche. Escribir, por ejemplo: “La noche está clara, y tiritan, blancos, los astros, a lo lejos.” El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más alegres esta noche. Yo la deseaba, y a veces ella también me deseaba. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo eterno. Ella me deseaba, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus enormes ojos fijos. Puedo escribir los versos más alegres esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oir la noche infinita, más infinita sin ella. Y el verso cae al espiritu como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera asegurarla. La noche está clara y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi espiritu no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi ojeada la busca. Mi interior la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace enblanquecer los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la deseaba. Mi grito buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis caricias. Su voz, su figura claro. Sus ojos eternos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan escaso el amor, y es tan extenso el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis miembros, mi espiritu no se contenta con haberla olvidado. Aunque éste sea el extremo dolor que ella me causa, y estos sean los últimos versos que yo le escribo. Pablo Neruda, de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) *